domingo, 21 de diciembre de 2014

La gratitud de Dios y la humildad de María



LA GRATUIDAD DE DIOS Y LA HUMILDAD DE MARÍA

Por Gabriel González del Estal

1.- Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. En este cuarto domingo de Adviento, a las puertas ya de la Navidad, leemos el relato de la Anunciación, tal como nos lo cuenta el evangelista san Lucas. Es el mismo texto que leímos, hace ya dos semanas, en la fiesta de la Inmaculada. Hemos leído y meditado ya muchas veces este mismo texto, a lo largo del año litúrgico. Hoy, yo me fijaré únicamente en estos dos aspectos: la gratuidad de Dios y la humildad de María. Que el don de la gracia es un don gratuito es doctrina común en la teología cristiana. Dios eligió a María y la llenó de su gracia desde el primer momento de su concepción en previsión de los méritos de su hijo, Jesús, no por los méritos propios de la doncella de Nazaret. Por qué eligió a María y no a otra mujer, por qué en aquel tiempo y no en otro, es algo a lo que sólo Dios puede responder. Como decimos, Dios da su gracia gratuitamente, y nosotros debemos dejar a Dios ser Dios y aceptar su voluntad con humildad y agradecimiento. Por otro lado, si analizamos nuestras propias vidas, veremos que también a nosotros Dios nos ha dado en más de una ocasión su gracia y su amor gratuitamente, sin méritos especiales nuestros. Alabemos a Dios por las gracias y por el amor que nos ha dado a lo largo de nuestra vida, mientras seguimos preparándonos con humildad para celebrar, llenos de gracia, el nacimiento de su Hijo.

2.- Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. La humildad de María hizo fácil el acceso de Dios hasta ella. Realmente, como nos dice san Agustín, María concibió a Jesús por la fe, antes de sentirlo vivo físicamente en sus entrañas. El camino de la humildad es el camino más corto, junto con el camino del amor, para encontrarnos con Dios: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”. En este siglo XXI, en el que nosotros vivimos, el camino de la humildad para llegar hasta Dios no es el camino más alabado. Vivimos, o creemos vivir, en el siglo de la ciencia, y lo que no conocemos científicamente es como si no existiera. Pero los caminos del alma para encontrarse con Dios han sido siempre los caminos de la humildad y del amor. Esto se ve todavía más claro en este tiempo de Adviento, en vísperas de la Navidad. El Dios que nace en Belén es un Dios pobre y humilde; así quiso encontrarse con nosotros, asumiendo nuestra debilidad, para liberarnos a nosotros de nuestras fragilidades y de nuestros pecados. “Dios se hizo hombre, dirá san Agustín, para que nosotros podamos ser Dios”, porque él nos ha hecho a su imagen y semejanza. Imitemos a María en su humildad y así atraeremos hacia nosotros la gracia gratuita de Dios.

3.- Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo. El rey David, según se nos dice en este texto del libro segundo de Samuel, quería construir un templo grande y maravilloso para albergar con más dignidad el arca del Señor. Las intenciones del rey David eran, sin duda, humanamente nobles y buenas: no quería que el arca del Señor estuviera en una tienda, mientras que él vivía en una casa de cedro. Pero no era el templo lo que a Dios más le preocupaba en aquel momento; la presencia de Dios no estaba ligada a ningún lugar físico, como le dijo Cristo a la samaritana. Por eso, Dios mismo manda al profeta Natán que le diga al rey David que lo primero que quiere de él es que reconozca los continuos favores, que, gratuitamente, ha recibido de Dios y que ha sido él, Dios, el que le ha escogido como conductor de su pueblo, Israel. En definitiva, que sea humilde y que reconozca que todo el poder que tiene le ha venido de Dios. En este sentido, esta primera lectura dice, de otra manera, lo mismo que se nos dice en el evangelio de la Anunciación: que la gracia de Dios es siempre, como su mismo nombre indica, gratuita y que la mejor manera de agradecer la gracia gratuita de Dios es ser humildes y alabar a Dios por todas las cosas buenas que él ha hecho en nosotros. Esto es lo que hizo María, la “esclava del Señor”.

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