jueves, 22 de octubre de 2015

Santas Nunilo y Alodia, 22 Octubre



22 de Octubre
SANTAS NUNILO Y ALODÍA
Vírgenes y mártires

Adahuesca (Huesca, España), hacia 826
+ Huesca, 851

ADAHUESCA, AÑO DEL SEÑOR 826

Hacia el final del primer cuarto del siglo noveno, España se debate en la lucha contra el invasor musulmán. Allá por el Norte, en Huesca, los Banu-Qasi ejercen su dominio. Son, en general, tolerantes con los cristianos y, aunque no los obligan a abrazar el Islam, los someten a odiosos impuestos y no les permiten cargos públicos. Pero castigan, implacables, las infracciones a las leyes islámicas. Entre todos los «delitos el más perseguido es, como hoy, el de apostasía.

A 41 km de Huesca se alza la villa de Adahuesca. Es un cruce de caminos por el que ha de pasar quien recorre la comarca del Somontano. Sus calles tortuosas y empedradas, sus edificios mudéjares, guardan todavía recuerdos del paso del Islam. Aquí vivía un rico musulmán, dueño de grandes extensiones de tierras. Se enamoró de una cristiana con la que se casó y entre los años 824 y 827 tuvo dos hijas: Nunilo y Alodía. Nunilo: es decir, el diminutivo de Nuria; Alodía, que significa «cosa preciosa». Los vecinos de Adahuesca muestran hoy todavía la casa donde, según la tradición, nacieron las futuras mártires. Y el cuartito, de ventana angosta, que da a la plazoleta del pueblo donde solían las santas retirarse a rezar.


CRISTIANAS CLANDESTINAS, ANTE JUECES MUSULMANES

Sí, a rezar, pero a Cristo Jesús. Porque su madre siguió siendo cristiana en su corazón y, en secreto, quiso que sus hijas conocieran al Salvador del mundo. Le fue muy fácil iniciarles en la fe cristiana, pues el padre murió siendo ellas muy jóvenes. Pero unos años más tarde murió a su vez la madre. A las dos jóvenes les tocó ir a vivir con un tío suyo mahometano muy celoso, quien pronto se dio cuenta de que sus sobrinas no profesaban la religión de su padre. Intentó convencerlas con buenos modos para que abandonaran la religión cristiana. Nunilo y Alodía se negaron. Por más que insistió, no pudo destruir la sólida fe de sus sobrinas.

Decidió denunciarlas ante el juez. El juez Jalaf, de Alquézar, fue el encargado de juzgar el asunto. Las hizo comparecer ante él. Nada consiguió. Se declararon dispuestas a morir antes que renegar de Jesucristo. Jalaf sintió pena al verlas tan jóvenes y tan hermosas. Las dejó en libertad, pero pidió a dos mujeres musulmanas que se encargaran de abrir los ojos a las dos, para que volvieran a su fe mahometana. No hubo manera. Nunilo y Alodía resistieron todos los argumentos y todas las amenazas.

Las llevaron a Huesca para comparecer ante el cadí Zimael. Corría el año 851. Conocemos los detalles de su interrogatorio y de su martirio a través del relato de San Eulogio de Córdoba (-9 de enero), a quien su amigo Venerio, obispo de Alcalá, se lo contó con motivo del concilio del año 852. San Eulogio –también él futuro mártir– se entusiasmó con el relato y decidió contarlo en su Memoriale sanctorum para ejemplo de sus compatriotas, los cristianos de Córdoba, que estaban pasando momentos difíciles de desaliento y de persecución.

Ante Zimael se presentaron las dos hermanas con los pies ensangrentados. Habían venido a pie y descalzas, para acostumbrar sus cuerpos al sufrimiento, pues ya preveían lo que iba a pasar si no renegaban de su fe. El juez empezó su interrogatorio:

—¿Cómo os habéis atrevido a abandonar la fe de vuestro padre?... Aunque no me extraña demasiado, pues sois unas chiquillas y no os dais cuenta de lo que hacéis. Estáis en un grave error, así que os aconsejo que volváis a nuestra ley. Si así lo hacéis os buscaré un esposo hermoso y rico. Os lo merecéis.

Ellas, sin perder la serenidad, le contestan:

—Somos cristianas, gracias a nuestra madre que nos enseñó esta religión, y ahora estamos dispuestas a morir por ella.

Zimael no dio demasiada importancia a esta primera respuesta que consideró como una bravata. Pensó que la mejor manera de vencer su empeño era separar a las dos hermanas. Así lo hizo. Llamaba alternativamente a una de ellas; con halagos procuraba ganarla. Si no era posible así, con amenzas. Le decía a la una que la otra se había retractado y vuelto a la fe musulmana. Nada. Se mantenían firmes en la fe. Unos cuarenta días duró la prueba. Harto ya, las citó a ambas ante su tribunal. Con voz suave, les fue aconsejando; les prometió grandes premios si consentían en volver a la religión de su padre.

—Aunque todo lo que nos prometes sea verdad, no vale nada en comparación con nuestro esposo Jesucristo y las riquezas que nos da.

En vista de la imposibilidad de convencerlas se puso duro:

Os haré matar si no obedecéis.

No nos importa: estamos dispuestas a morir antes que renegar a Jesucristo.

Al menos declarad delante de dos o tres testigos que aceptáis la ley mahometana.

Ya que hemos de morir algún día, preferimos morir ahora por Jesucristo, y así ir con él a la vida eterna, que vivir ahora unos años más y caer al final en la muerte del infierno.


EL MARTIRIO

Aquello colmó la paciencia de Zimael. «Estamos perdiendo el tiempo», exclamó furioso. Hizo venir al verdugo.

—¡Hiere!... ¡Sí, hiere! ¡Córtales la cabeza!

El verdugo duda. No comprende que se pueda atentar, así de repente, contra dos jovencitas indefensas. El juez repite tres veces la orden. Entonces Nunilo, dirigiéndose a su hermana pequeña, le dice:

—Alodía, haz lo que me veas hacer a mí.

—Sí, hermana, no te inquietes. Seguiré tu ejemplo.

Entonces Nunilo recoge sus cabellos, descubre su cuello y dice al verdugo:

—Hiere rápido.

Y recibe el golpe fatal. Cae moribunda a los pies de Alodía, que a ejemplo de su hermana, desata sus cabellos y ofrece su cuello al verdugo. Pero Zimael ordena al verdugo que no la hiera, que espere. Piensa que la muerte de Nunilo habría minado la resistencia de Alodía:

—¿Qué adelantas con morir tan cruelmente? Obedéceme y te daré todo lo que quieras.

—No obedeceré. Anda, manda degollarme... ¡Espera un poco, hermana, ya voy, ya voy...!

Y sin esperar más, echa su cabellera atrás, descubre su cuello y el verdugo la hiere de muerte con su alfanje.


SE EXTIENDE SU DEVOCIÓN

Los cuerpos de las dos mártires fueron dejados a la intemperie para que fueran devorados, pero los perros y las aves carroñeras los respetaron. Enterado Zimael de que los cristianos querían recogerlos para darles sepultura y venerarlas como mártires, mandó echarlos a una sima y cubrirlos de piedras. El relato del martirio de las dos jóvenes recorrió España entera. Los restos de las dos jóvenes mártires están en el monasterio de Leyre y en la catedral de Pamplona, donde fueron trasladados después de muchas vicisitudes en la Guerra de la Independencia y en la desamortización de Mendizábal.

El culto de las Santas Nunilo y Alodía se fue extendiendo por Navarra, Álava y La Rioja.

Del Norte de España, la devoción a las santas pasó a Andalucía. Un navarro, don Luis de Beaumont, recibe de los Reyes Católicos en donación la recién reconquistada ciudad granadina de Huéscar, como premio a sus méritos en su reconquista. El conde de Lerin en el año 1451 llevó consigo unas imágenes góticas y unas reliquias cedidas por Leyre, y erigió un templo en su honor, en la Sierra de la Sagra: el santuario de las Santas Mártires del Monte de las parroquias de Puebla y Huéscar. Fueron muchos los navarros que se quedaron en aquellas tierras recién reconquistadas. Desde entonces, las Santas Nunilo y Alodía son las patronas de Puebla de Don Fadrique y de Huéscar.


UNAS SANTAS SIEMPRE ACTUALES

Los cristianos de principios del siglo XXI no tenemos jueces que nos impidan la profesión de nuestra fe cristiana. Y, sin embargo, la fe está expuesta a claudicar ante la indiferencia religiosa; ante el culto a los ídolos de la sociedad de la abundancia, del sexo libre, del placer, de la ambición. No está de moda ser cristiano, y las críticas injustas abundan. En aquellos primeros siglos de la conquista musulmana no era fácil para los cristianos mantenerse firmes en la fe: la «moda» era lo islámico; quien no fuera musulmán no podía aspirar a puestos de poder; tenía que cargar con impuestos pesados. En una palabra, había que ir a contracorriente. Hoy también: tal vez hoy no se nos pida el tributo de la sangre, pero estas dos jóvenes oscenses de hace más de mil años nos muestran el camino.



JOSÉ MARÍA MORENIllA LAPAZ

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