miércoles, 30 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 30 de Noviembre 2016



Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

«Os haré pescadores de hombres»
Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL 
(Roma, Italia)


Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

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Al refugio de los pecadores

Al refugio de los pecadores

Almas que en la lid terrible
De este mundo seductor
Alzáis al cielo los ojos,
Guardáis puro el corazón;

Vírgenes que en el martirio,
Llenas de divino ardor,
Dísteis el postrer aliento
Del Esposo ante la voz;

Arcángeles misteriosos
Que junto al trono de Dios
Véis la hermosura sin mancha
De la Madre que Él amó;

Pues que agradable a los cielos
Fue siempre vuestro clamor,
Dirigid hasta María
Mi amante deprecación.

Volad, volad y decidle,
Aunque a tanto indigno yo,
Que es su nombre mi esperanza,
Que vivo y muero en su amor.

Decidla que amiga torne
Sus ojos de compasión
A las penas que con mi alma
Fiero enemigo sembró.

Pues cual iris que en el cielo
Pinta en la tormenta el sol,
Es a mi afán su sonrisa,
Su clemencia a mi dolor.

Ya que quiere el dulce Esposo
Que para los hombres hoy
Brille en la gloria infinita
Con que pródigo la ornó,

Recordadle cuando estaba
En esta humana aflicción,
Junto a la cruz en que el Hijo
Madre nuestra la nombró.

Así en piedad rebosando
Su celestial corazón,
Nos amparará en el seno
Que Jesús santificó.

Antonio Arnao

Aceptó ser madre tuya por siempre



Aceptó ser madre tuya por siempre

Padre Mariano de Blas, L.C.



La agonía de Jesús no fue un deslizarse sin retorno hacia la muerte. Su agonía fue consciente y eficaz; pues durante la misma hizo su testamento, maravilloso testamento.

Al llegar a la cima la cruz yace sobre el suelo. Ya no le pesará más. Espera el abrazo de clavos en manos y pies. De ahora hasta el fin cruz y crucificado se harán uno en un abrazo de muerte. Le arrancan las vestiduras, tan pegadas estaban a la carne viva. Y ya no es dueño de nada, salvo de su humanidad desnuda, arada por los latigazos y la cruz. Así se presenta como espectáculo al mundo. ¿Qué le quedaba de dignidad a este Hombre-Dios? Su dignidad era un amor infinito, escondido tras aquella telaraña del desprecio infinito de los hombres.

El primer clavo penetró en la mano izquierda, rompiendo todo a su paso y salpicando sangre a los ojos de los verdugos. Luego la mano derecha: Dolor sobre dolor hasta el máximo de la resistencia. Pero faltan los pies. Carne sensible, leño seco, clavo inerte ensamblados de tal forma que la carne se vuelve seca e inerte como el clavo y el leño.

Si fueron tres horas de dolor, resultaron eternas para el que las sufría, como eterno era el amor por quienes lo soportaba. Tres horas de dolor sublime, eternidad de amor divino. ¿Será tan difícil amar entrañablemente a un ser que de forma tan heroica, tierna y total nos ha amado? Ese amor es tan tuyo como mío, hermano que caminas por la vida. Toda la existencia lo tendrás y, si no lo matas, será tuyo por toda la eternidad. Dios te amó y se entregó a la muerte por ti.

Había dicho grandes mensajes al mundo. Parecía haber concluido de hablar. Pero no. Todavía le quedaban en el corazón sublimes revelaciones. María había sido hasta ese momento la fiel Eva que le acompañó siempre: A Belén, a Egipto, hasta el Calvario. Era su Madre, su joya, su fortaleza. Pero ahora se le ocurre –divina ocurrencia- regalárnosla a nosotros. El regalo impresiona por el donador: Dios; y por el receptor: pobres pecadores; y por la joya misma: María. Regalo sublime es poco decir. La joya más preciosa es un mineral; la flor más bella es un vegetal. El regalo aquí tiene vida y un corazón, el que más y mejor ha amado en la tierra. ¡Cuánto amor supuso este regalo! Realmente nos quiere Jesús.

Y María, acostumbrada a la obediencia total, dijo nuevamente a Jesús: “Sí. He aquí la esclava del Señor, he aquí la madre de los hombres”. Y dijo sí a cada uno de sus hijos. Me dijo a mí: “Acepto ser madre tuya por siempre”. De Madre del Primogénito a madre de millones ... Un gracias inmenso debería oírse a lo largo y a lo ancho del mundo de parte de sus pobres, miserables, felicísimos hijos. La herencia recibida de María enriquece inmensamente al más pobre ser humano, pues puede decir con verdad: “¡Madre mía!”

De pronto se escucha una petición, una queja, una súplica: Tengo sed”. El Creador de mundos pedía un poco de agua, porque estaba realmente muriendo de sed. Sed del amor de los hombres. Dios-Amor desea que los hombres le digan: “Te amo, Dios mío” ¿Quién no se lo puede decir?

Sed de que todos se salven, de que todos sin excepción se santifiquen, se arrepientan. Es una sed de que otros se sacien. No es sed para Sí mismo. Dios tiene sed de que los sedientos hallen el agua viva; de que los sedientos de paz, de amor, de felicidad beban a raudales en la fuente inmortal que salta hasta la vida eterna. Lo dijo muy claro en la cruz: Tiene sed de que tú y yo nos salvemos. Y como muchos no le harían caso, por eso Jesús murió de sed en la cima del monte Calvario. La libertad humana que le dijo no fue el golpe de gracia, y lo que le hizo morir en el Gólgota.

“¡Dios mío, Dios mío!¿por qué me has abandonado? Esta pregunta taladró el cielo y resonó en las puertas del Paraíso. Se la dirigía a quien había proclamado: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”. Da por hecho el haber sido abandonado. ¿Por qué...? Era, más bien, el grito doloroso de todos los desesperados, suicidas, abandonados, moribundos sin esperanza. Jesús quiso sentir lo que sentirían todos esos desgraciados en los momentos más trágicos de su vida, para obtener de su Padre un alivio y una esperanza. Jesús quiso pedir al Padre en nombre de todos los desgraciados del mundo que se compadeciera. El Padre le respondió: “Todo el que tenga fe en Ti, Hijo predilecto, encontrará la paz y la salvación”.

A ese mismo Padre al que al inicio de su vida le dijo: “He aquí vengo para hacer tu voluntad”, le susurra ahora, en la antesala de la muerte: “Misión cumplida. He reconciliado a la Humanidad contigo. He cumplido tu voluntad hasta los azotes, la corona de espinas, los clavos y el estertor de la muerte. ¿Estás complacido de tu Hijo predilecto?”

Tan complacido estaba que le extendió sus brazos y su pecho para que reclinara su cabeza y así muriera, pronunciando la última palabra que brotó de su alma: “En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu”. Luego se dejó caer en aquellos brazos, y expiró. Dios murió, Dios murió, La Vida murió. ¿Por qué tenía que morir? ¿Por quién murió el Hijo de Dios? Por sus hermanos, por todos, por amor a ellos. Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí.

martes, 29 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 29 de Noviembre de 2016



Día litúrgico: Martes I de Adviento

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

«Te bendigo, Padre»
Abbé Jean GOTTIGNY 
(Bruxelles, Bélgica)


Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21). 

La gratitud es una de las facetas de la humildad. El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para estar agradecido, primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21). 

Benedicto XVI, al hablar de la actitud de adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas».

Un alma sensible experimenta la necesidad de manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos hacer para responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta «dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que seamos en Él una nueva creación» (San León Magno).

«¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)


Hoy y siempre, los cristianos estamos invitados a participar de la alegría de Jesús. Él, lleno del Espíritu Santo, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes» (Lc 10,21). Con mucha razón, este fragmento del Evangelio ha sido llamado por algunos autores como el “Magníficat de Jesús”, ya que la idea subyacente es la misma que recorre el Canto de María (cf. Lc 1,46-55).

La alegría es una actitud que acompaña a la esperanza. Difícilmente una persona que nada espere podrá estar alegre. Y, ¿qué es lo que esperamos los cristianos? La llegada del Mesías y de su Reino, en el cual florecerá la justicia y la paz; una nueva realidad en la cual «el lobo y el cordero convivirán, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá» (Is 11,6). El Reino de Dios que esperamos se abre camino día a día, y hemos de saber descubrir su presencia en medio de nosotros. Para el mundo en el que vivimos, tan falto como está de paz y de concordia, de justicia y de amor, ¡cuán necesaria es la esperanza de los cristianos! Una esperanza que no nace de un optimismo natural o de una falsa ilusión, sino que viene de Dios mismo.

Sin embargo, la esperanza cristiana, que es luz y calor para el mundo, sólo podrá tenerla aquel que sea sencillo y humilde de corazón, porque Dios ha escondido a los sabios e inteligentes —es decir, a aquellos que se ensoberbecen en su ciencia— el conocimiento y el gozo del misterio de amor de su Reino. 

Una buena manera de preparar los caminos del Señor en este Adviento será precisamente cultivar la humildad y la sencillez para abrirnos al don de Dios, para vivir con esperanza y llegar a ser cada día mejores testimonios del Reino de Jesucristo.

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Acoge a María en tu casa




Acoge a María en tu casa

Padre Tomás Rodríguez Carbajo  



. La hospitalidad es una virtud muy arraigada en algunos pueblos, y no porque abunden en medios materiales para deslumbrar con sus riquezas, sino sencillamente, porque tienen un corazón grande, abierto a todo aquel que lo necesita.

. La presencia de María, la llena de gracia, siempre deja una buena estela a su paso. ¿Qué sucedió en casa de su parienta Isabel: Todos los de la casa se beneficiaron, pues, María no iba sola, llevaba al Salvador:

- Juan salta de gozo en el seno materno, es santificado por la presencia de Jesús, que llegó a él por María, quien lo lleva en su seno.
- Isabel quedó llena del Espíritu Santo y experimentó que María era la Madre del Salvador y como tal la proclamó.
- Zacarías recupera el habla.

. Ante este torrente de gracias que el Señor les dispensa, Isabel reconoce que no se las merece y que gracias a María las recibe, por eso exclama: "¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?" (Lc. 1, 43). 

. Los de Belén no le dieron posada (Lc. 2, 7). ¡De cuánto se vieron privados!. ¡Tantos años esperando la llegada del Mesías y dejan pasar aquella única oportunidad!. Las Escrituras lo decían, se cumplían las 70 semanas anunciadas por el profeta Daniel y en Belén de Judá nacería el Esperado. Los habitantes de Belén no descubrieron en María gestante a la Madre del Salvador ¿Qué idea se habían formado?. Por el comportamiento, que tuvieron, no se esperaban aquella visita llegada de manera insospechada.

. Hacía unas semanas que Jesús se había marchado, María se había quedado sola, había comenzado a saborear una de las más hondas soledades, debido al vacío dejado por aquel Hijo. En Caná se encontraron Madre e Hijo, no parece que llegasen juntos, pues, de María se dice que estaba allí, y después llegó Jesús con sus discípulos. María debió de sentirse encantada de ayudar en el trajín de la boda, conocedora de que el vino se había terminado, busca poner remedio a aquella situación tan dramática para los recién casados. Ve la solución en Jesús, acude a El y le expone la necesidad: "No tienen vino" (Jn. 2, 3), de esa manera pide con la confianza de que lo resolverá. ¡Cuánto ganaron aquellos nuevos esposos por haber invitado a María a su casa!. Se libraron del bochorno social de no tener vino en una fiesta tan señalada. El Evangelio habla expresamente de "vino de boda", porque las familias pobres iban guardando vino para ese día, a veces durante años. En aquella ocasión María consigue el primer milagro para aquellos recién casados.

. Cuando Jesús va a morir confía a Juan el cuidado de su Madre, éste desde aquella hora la acogió en su casa (Jn. 19, 27). Jesús nos había dado a su Madre para nosotros, representados en Juan. Todo discípulo que la acoge llega a Jesús, pues, Ella nos ha hecho una sola recomendación: "Haced lo que El os diga" (Jn. 2, 5). Estando con María en nuestra casa:

- Llegaremos siempre a Jesús.
- Profundizaremos en su amor.

A Nuestra Señora del Camino



A Nuestra Señora del Camino

Padre Marcelo Rivas Sánchez


“Cuando me veas decaer.
Ayúdame Señora del camino”  

No todos los caminos son buenos.
Unos de piedra que nos hacen tropezar.
Unos de arena que nos hunden.
Unos de polvo que no dejan mirar
Y unos de pavimento que nos hacen correr
sin esperar a muchos que lentos avanzan.
Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

Unos van y vienen.
Otros a punto de desmayar.
Algunos pidiendo dirección.
Ajenos queriendo dañar.
Ciertos encendiendo barricadas.
Terceros sentados esperan pasar.
Y muchos agobiados y perdidos.
Por eso, ayúdame, Señora del camino.

Los caminos son duros,
empinados y tortuosos
donde resbalan los pies más ligeros
y caen los cansados y viejos.
Esos caminos sin señales ni avisos
merman las fuerzas sacando sudores,
tropiezan, empujan y jadean
los que desde atrás vienen subiendo.
Por eso, ayúdame, Señora del Camino.

Son meros senderos de recuas,
caídos en el olvido
que sin follaje y flores
se desgastan día tras día.
Camino, camino de aquellos años de mozo
que hoy camino con la pena y sin gozo.
Por eso, ayúdame, Señora del camino.

Camino de amargos recuerdos
donde dejé mis mejores sudores.
Dame la calma de tus senderos.
Déjame beber la sabia de tus cactus.
Permíteme oír tu viento silente
y seguir la huella de las piedras de tus años.
Por eso, ayúdame, Señora del camino

Caminé y caminé sin detenerme,
llegando al final del camino
pude mirar con tristeza
que frente a mis ojos,
apagados por el sol incandescente,
otro camino más largo y deteriorado
al que había caminado
Por eso, ayúdame, Señora del camino

lunes, 28 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 28 de Noviembre 2016



Día litúrgico: Lunes I de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García 
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, Cafarnaúm es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».

El centurión de Cafarnaúm no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.

Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.

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Piropos a María



Tan elevada estás, María, sobre toda criatura creada en la tierra y en los cielos, que no hay frases tan sublimes que puedan proclamar las grandezas de tu nombre

A mi Madre, María



A mi Madre, María

Padre Guillermo Ortiz SJ


Yo no la conocía, confeso Guillo. La descubrí desde los brazos de mi madre. En la plaza Mitre repleta de gente, ella me levanto en sus brazos para que pudiera verla. Como por su rostro corría una lágrima, yo miré hacía donde ella miraba y entonces la vi. Cargada en andas por sus devotos y enlutada, salía del templo para la procesión Nuestra Señora de los Dolores. La madre de Dios y de todos. La multitud la saludaba con vivas agitando pañuelos. Sonaban las campas aquel septiembre con olor a azahares.

Sí, dijo Guillo, mi madre me contuvo en su vientre. Me dio a luz, me alimento. Se gasto y desgasto trabajando por los hijos. Algunas cosas le salieron bien y otras no tanto.

Pero de todo lo que hizo, lo mejor, lo más sabio y tierno ha sido ponerme en el regazo de la Madre de Dios. Sí, mi madre me puso en el regazo de la Madre de Dios.

Haciéndolo me ha dicho claramente, aún sin palabras: “Soy tu madre pero Ella es la Madre mayor, la más fuerte, la más santa, la verdadera y gran Madre. Yo solo soy madre tanto cuanto la imito, porque ella es mi ejemplo. Solo en el regazo de la Madre del alma alcanzarás estatura de hombre. Si Dios puso a su Hijo Jesús en el regazo de María Santísima, cómo no voy a hacerlo yo con mi hijo”.

Gracias madre por esto, dijo Guillo, y sintió más ternura y amor por su madre por este gesto suyo de ponerlo en este espacio sagrado, donde la ternura de Dios cura las penas y fecunda gozos increíbles.

Desde el regazo de María las cosas se ven distintas porque es la dimensión de la fortaleza extraordinaria de la fe y el amor sin límites.

Si el hombre más hombre de la historia, aquel que combatió a la muerte y la venció, goza de la compañía y el abrazo de su madre, ¿cómo voy a tener vergüenza yo de sentirme hijo y de gozar el regazo donde me consagraron desde niño? afirmó Guillo.

Que la ‘Madre del alma’ bendiga a todas las madres que hacen así.

Fuente: Misión Jesuita Multimedia

A la Virgen niña




A la Virgen niña

Padre Tomás Rodríguez Carbajo


La palabra niño a primera vista nos sugiere algo que aún no ha llegado a su madurez, por eso normalmente se le considera como un proyecto de adulto; y no tiene  por qué ser así, cada etapa de la vida de la persona tiene su valor y no se le puede exigir aquello que no le corresponde. 

Jesús nos ha dicho que tenemos que hacernos como niños (Mt. 18, 3), no se refería a quedarse en un estado de subdesarrollo, la idea de Jesús estaba referida a ciertos rasgos y virtudes propias del niño, que tiene en sí un valor y que los adultos deberían recuperar una vez que las han abandonado.

La Iglesia cuenta entre sus santos canonizados a muchos niños, que en circunstancias  muy distintas han tenido la valentía de dar la vida por amor a Jesús, comenzando por S. Tarsicio y terminando por Santa María Goretti.

María, como caso excepcional, poseyó siempre un grado grande de santidad desde su concepción hasta que terminó el “curso de esta vida”, teniendo cada día aumento real de la gracia.

En este Año Internacional del Niño no podemos olvidar la presencia que ha  tenido en la religiosidad de los pueblos la advocación de la Virgen Niña, pues, muchas están dedicadas a María en el misterio de su Asunción.

Aquellos arquitectos tomaron conciencia de para quien estaba dedicado aquel templo y por eso les parecía poco todos los adornos con que querían enriquecerla, y así juntaron más de dos mil estatuas repartidas entre los remates de las agujas y pináculos de aquel bosque de mármol, como en las hornacinas y doseles de las 52 pilastras.

La pintura también ha tributado su homenaje a la Virgen Niña, recordemos el cuadro de Murillo conservado en el Prado, en donde María recibe lecciones de su madre Santa Ana. Qué decir de esa escena en donde se nos presenta a la Virgen Niña subiendo las gradas del templo para consagrarse la servicio del Señor?

Los niños pueden servirnos de ejemplo y han inspirado buenas obras de arte, sobresaliendo siempre entre ellos la Virgen Niña.

domingo, 27 de noviembre de 2016

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Santo Evangelio 27 de Noviembre 2016



Día litúrgico: Domingo I (A) de Adviento

Texto del Evangelio (Mt 24, 37-44): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. 

»Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

«Velad (...) porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»
Mons. José Ignacio ALEMANY Grau, Obispo Emérito de Chachapoyas 
(Chachapoyas, Perú)


Hoy, «como en los días de Noé», la gente come, bebe, toma marido o mujer con el agravante de que el hombre toma hombre, y la mujer, mujer (cf. Mt 24,37-38). Pero hay también, como entonces el patriarca Noé, santos en la misma oficina y en el mismo escritorio que los otros. Uno de ellos será tomado y el otro dejado porque vendrá el Justo Juez.

Se impone vigilar porque «sólo quien está despierto no será tomado por sorpresa» (Benedicto XVI). Debemos estar preparados con el amor encendido en el corazón, como la antorcha de las vírgenes prudentes. Se trata precisamente de eso: llegará el momento en que se oirá: «¡Ya está aquí el esposo!» (Mt 25,6), ¡Jesucristo! 

Su llegada es siempre motivo de gozo para quien lleva la antorcha prendida en el corazón. Su venida es algo así como la del padre de familia que vive en un país lejano y escribe a los suyos: —Cuando menos lo esperen, les caigo. Desde aquel día todo es alegría en el hogar: ¡Papá viene! Nuestro modelo, los Santos, vivieron así, “en la espera del Señor”.

El Adviento es para aprender a esperar con paz y con amor, al Señor que viene. Nada de la desesperación o impaciencia que caracteriza al hombre de este tiempo. San Agustín da una buena receta para esperar: «Como sea tu vida, así será tu muerte». Si esperamos con amor, Dios colmará nuestro corazón y nuestra esperanza.

Vigilen porque no saben qué día vendrá el Señor (cf. Mt 24,42). Casa limpia, corazón puro, pensamientos y afectos al estilo de Jesús. Benedicto XVI explica: «Vigilar significa seguir al Señor, elegir lo que Cristo eligió, amar lo que Él amó, conformar la propia vida a la suya». Entonces vendrá el Hijo del hombre… y el Padre nos acogerá entre sus brazos por parecernos a su Hijo.


«En los días que precedieron al diluvio, comían, bebían (...). Velad, pues, (...) también vosotros estad preparados»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, en este domingo, comenzando el tiempo de Adviento, inauguramos a la vez un nuevo año litúrgico. Esta circunstancia la podemos tomar como una invitación a renovarnos en algún aspecto de nuestra vida (espiritual, familiar, etc.).

De hecho, necesitamos vivir la vida, día a día, mes a mes, con un ritmo y una ilusión renovados. Así alejamos el peligro de la rutina y del tedio. Este sentido de renovación permanente es la mejor manera de estar alerta. Sí, ¡hay que estar alerta!: es uno de los mensajes que el Señor nos transmite a través de las palabras del Evangelio de hoy.

Hay que estar alerta, en primer lugar, porque el sentido de la vida terrenal es el de una preparación para la vida eterna. Este tiempo de preparación es un don y una gracia de Dios: Él no quiere imponernos su amor ni el cielo; nos quiere libres (que es el único modo de amar). Preparación que no sabemos cuándo acabará: «Anunciamos el advenimiento de Cristo, y no solamente uno, sino también otro, el segundo (...), porque este mundo de ahora terminará» (San Cirilo de Jerusalén). Hay que esforzarse por mantener la actitud de renovación y de ilusión.

En segundo lugar, conviene estar alerta porque la rutina y el acomodamiento son incompatibles con el amor. En el Evangelio de hoy el Señor recuerda cómo en tiempos de Noé «comían, bebían» y «no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos» (Mt 24,38-39). Estaban “entretenidos” y —ya hemos dicho— que nuestro paso por la tierra ha de ser un tiempo de “noviazgo” para la maduración de nuestra libertad: el don que nos ha sido otorgado no para librarnos de los demás, sino para darnos a los demás. 

«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre» (Mt 24,37). La venida de Dios es el gran acontecimiento. Dispongámonos a acogerlo con devoción: «¡Ven Señor Jesús».

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A la sombra de María



A la sombra de María

Padre Tomás Rodríguez Carbajo


Decios a veces de las personas, que tiene buena o mala sombra, no porque su paso junto a nosotros nos proporcione un bien o un mal, sino que nos referimos a un trasfondo que se respira en su actuar.

Si esta manera de hablar la aplicamos a María, tenemos que decir que tiene buena sombra, pues su manera de actuar está siempre guiada por la voluntad de Dios, su vida es un continuo “hágase tu voluntad”, a sí vemos cómo los resultados han sido siempre muy beneficiosos, pues, Ella es la corredentora, la Madre de la divina gracia.

Los que estaban alrededor de María, siempre encontraban en Ella su amor traducido a versiones distintas según las circunstancias: En ayuda servicial a Isabel, en salida airosa para los novios de Caná, en ejemplo a imitar al escuchar y practicar la Palabra de Dios, en entereza al afrontar el sufrimiento camino del Calvario, en aglutinante para los miembros de la primera comunidad apostólica.

La sombra benefactora de María sigue actuando sobre nosotros, su condición de Medianera de todas las gracias hace que su acción consoladora llegue a todos  y cada uno, pues, une en perfecta armonía su maternidad de los hombres y de Dios, debido a esta última tiene vara alta para conseguir todo lo que necesitamos sus hijos pecadores.

A su sombra el caminar fatigoso se hace más llevadero, el hastío de la rutina se suaviza, el hielo de la tibieza se derrite, la cuesta de la tentación la conseguimos alcanzar sin haber tropezado ni caído.

Acogidos bajo el amparo maternal de Nuestra Señora nuestro caminar es firme y seguro. Nadie ha acudido a Ella que quede defraudado, cada uno tenemos nuestra experiencia para confirmarlo.

Siempre que vayamos junto a Ella en nuestro cotidiano caminar nos sabemos seguros y tranquilos, pues, estamos protegidos por la sombra de María, quien siempre la tiene buena, pues, como Madre que es, se guía por el amor.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 26 de Noviembre 2016


Día litúrgico: Sábado XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,34-36): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

«Estad en vela (...) orando en todo tiempo»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, último día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte con meridiana claridad sobre la suerte de nuestro paso por esta vida. Si nos empeñamos, obstinadamente, en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de la vida, llegará el último día de nuestra existencia terrena tan de repente que la misma ceguera de nuestra glotonería nos impedirá reconocer al mismísimo Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la intimidad de su Amor infinito. Será algo así como lo que le ocurre a un niño malcriado: tan entretenido está con “sus” juguetes, que al final olvida el cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Cuando se da cuenta, llora desconsolado por su inesperada soledad. 

El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Vigilar y orar... El mismo aviso que les dio a sus Apóstoles la noche en que fue traicionado. La oración tiene un componente admirable de profecía, muchas veces olvidado en la predicación, es decir, de pasar del mero “ver” al “mirar” la cotidianeidad en su más profunda realidad. Como escribió Evagrio Póntico, «la vista es el mejor de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes». Los clásicos de la espiritualidad lo llaman “visión sobrenatural”, mirar con los ojos de Dios. O lo que es lo mismo, conocer la Verdad: de Dios, del mundo, de mí mismo. Los profetas fueron, no sólo los que “predecían lo que iba a venir”, sino también los que sabían interpretar el presente en su justa medida, alcance y densidad. Resultado: supieron reconducir la historia, con la ayuda de Dios. 

Tantas veces nos lamentamos de la situación del mundo. —¿Adónde iremos a parar?, decimos. Hoy, que es el último día del tiempo ordinario, es día también de resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora de que alguien más esté dispuesto a levantarse de su embriaguez de presente y se ponga manos a la obra de un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues, ¡ánimo!, y que Dios te bendiga.

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Lectura Breve, Dt, 5,16


LECTURA BREVE Dt 5, 16

Honra a tu padre y a tu madre; así se prolongarán tus días y te irá bien en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

A jesús por María



A Jesús por María

Padre Tomás Rodríguez Carbajo


“María  es siempre el camino que conduce a Cristo” (Pablo VI).

Toda la razón de ser de las prerrogativas de María está en su función de Madre de Dios.

Todo el que se ha acercado a María es para terminar en Jesús. no se puede concebir un amor a María, que no germine en un amor a Cristo, ya que Él es el centro de nuestra vida y todo lo demás son medios para acercarnos a Él.

En la vida ordinaria vemos la lección, uno que es auténtico devoto de María, no puede menos de amar a Jesús. La experiencia nos la podrían contar todos los santuarios marianos, lugares de regeneración espiritual para muchos que llegan allí hechos un desastre en su conducta y que salen rejuvenecidos dispuestos a dar un sentido a su vida.

Nuestro amor a la Madre, si es auténtico, no se puede concebir sin el mismo amor al Hijo, ya que si amamos de verdad a una persona, tenemos que amar lo que Ella ama.

Nuestro acudir a María es sencillamente, porque Ella puede alegar sus méritos y su vida a favor nuestro ante su Hijo. Ella es licenciada en pleitos divinos-humanos. 

Acudimos a María para llegar a Jesús. porque es acomodadora de la misericordia y del perdón.

Como el niño acude al regazo de la madre para buscar su protección, así los cristianos acudimos a María para ir de su mano a Dios, pues, nuestra condición de pecadores nos  da vergüenza, si nos acercamos directamente.

María es un atajo seguro, que desemboca en Cristo, quien va de su mano tiene la certeza de que  tarde o temprano se unirá a Jesús. 

María consciente de su puesto de Medianera de todas las gracias está siempre a nuestra total disposición. Ella fue la que sirvió de enlace, para que Dios bajase a nosotros y sigue siendo el acceso que tenemos los hombres para llegar a Dios.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 25 de Noviembre 2016


Día litúrgico: Viernes XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».


«Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca»
Diácono D. Evaldo PINA FILHO 
(Brasilia, Brasil)


Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar". 

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI). 

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.


«El Reino de Dios está cerca»
+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas 
(Barcelona, España)


Hoy Jesús nos invita a mirar cómo brota la higuera, símbolo de la Iglesia que se renueva periódicamente gracias a aquella fuerza interior que Dios le comunica (recordemos la alegoría de la vid y los sarmientos, cf. Jn 15): «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,29-30).

El discurso escatológico que leemos en estos días, sigue un estilo profético que distorsiona deliberadamente la cronología, de manera que pone en el mismo plano acontecimientos que han de suceder en momentos diversos. El hecho de que en el fragmento escogido para la liturgia de hoy tengamos un ámbito muy reducido, nos da pie a pensar que tendríamos que entender lo que se nos dice como algo dirigido a nosotros, aquí y ahora: «No pasará esta generación hasta que todo esto suceda» (Lc 21,32). En efecto, Orígenes comenta: «Todo esto puede suceder en cada uno de nosotros; en nosotros puede quedar destruida la muerte, definitiva enemiga nuestra».

Yo quisiera hablar hoy como los profetas: estamos a punto de contemplar un gran brote en la Iglesia. Ved los signos de los tiempos (cf. Mt 16,3). Pronto ocurrirán cosas muy importantes. No tengáis miedo. Permaneced en vuestro sitio. Sembrad con entusiasmo. Después podréis recoger hermosas gavillas (cf. Sal 126,6). Es verdad que el hombre enemigo continuará sembrando cizaña. El mal no quedará separado hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,30). Pero el Reino de Dios ya está aquí entre nosotros. Y se abre paso, aunque con mucho esfuerzo (cf. Mt 11,12).

El Papa San Juan Pablo II nos lo decía al inicio del tercer milenio: «Duc in altum» (cf. Lc 5,4). A veces tenemos la sensación de no hacer nada provechoso, o incluso de retroceder. Pero estas impresiones pesimistas proceden de cálculos demasiado humanos, o de la mala imagen que malévolamente difunden de nosotros algunos medios de comunicación. La realidad escondida, que no hace ruido, es el trabajo constante realizado por todos con la fuerza que nos da el Espíritu Santo.

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“Mientras tenéis esta luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas.” (Jn 12,35)



“Mientras tenéis esta luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas.” (Jn 12,35)

Desde que vino el Salvador ha llegado el fin del mundo. Él mismo lo dijo cuando se sitúa en el final de los tiempos: “Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos” (Mt 4,17). Pero, él retarda el día de la consumación, no deja que se manifieste. Porque Dios Padre, viendo que la salvación de las naciones tiene que venir por Jesús, le dijo: “Pídemelo y te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra” (Sal 2,8). Así, pues, hasta el cumplimiento de esta promesa del Padre, hasta que la Iglesia se desarrolle en las distintas naciones y que todos formen parte de ella, “toda la plenitud de los paganos”, para que “todo Israel se salve” (Rm 11,25), el día se prolonga, el ocaso se difiere. El “sol de justicia” (Ml 3,20) no se pone nunca sino que continua derramando la luz de la verdad en el corazón de los fieles. 

Pero cuando la medida de los fieles esté colmada y cuando haya llegado la época degenerada y corrompida de la última generación, cuando “a causa de la magnitud del mal, la caridad de muchos hombres se enfriará” (cf Mt 24,12)..., entonces, “los días se acortarán” (Mt 24,22). Sí, el mismo Señor sabe prolongar la duración de los días cuando es el tiempo de salvación y sabe acortarlos en el momento de la tribulación y de la perdición. En cuanto a nosotros, mientras es de día y se prolongo este tiempo de luz, “portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día,” (Rm 13,13) y cumplamos con las obras de la luz.



Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo 
Homilías sobre Josué, 11, 3-4 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Santo Evangelio 24 de Noviembre 2016


Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».

«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»
Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet 
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)


Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

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